jueves, 27 de diciembre de 2007

Crónicas cubanas (7): Santiago de Cuba


Se dice que Santiago es la más caribeña de las ciudades cubanas. No sé si esto es cierto, pero tiene un sabor que no tiene La Habana. Quizás porque el casco histórico es más reducido y esto lo hace más cálido, quizá porque el turisteo es menos abundante, porque las calles son más estrechas o la gente más cercana si cabe.

Santiago es la ciudad de la música; de la trova, de la salsa, del son. La Casa de la Trova, en pleno centro, se convirtió en mi segunda residencia, o más bien en la primera, desde que llegué a la ciudad. Por sólo tres dólares podías echar allí el día, empezando por algún quinteto de música tradicional en el patio del piso inferior y acabando con algún grupo salsero en el piso superior, hasta las dos de la mañana, desprendiendo Bucanero por todos los poros del cuerpo.

Asere, tengo que aprender a bailar salsa de una vez; te pierdes muchas cosas en esta isla si no sabes bailar salsa, y además alimentas los prejuicios de los cubanos, que meten a todos los guiris en el mismo saco de “no tienen ni puñetera idea de bailar”. He realizado esfuerzos en mis dos viajes, y sobre todo en éste pero mi área cerebral del baile debe de tener alguna lesión congénita, pues no logro interiorizar el ritmo, pese a los esfuerzos de mi profesora. Y vaya esfuerzos, la pobre.

Las excursiones alrededor de Santiago no son una gran cosa, excepto el Castillo del Morro, que sí merece la pena. Allí enfrente la marina estadounidense hizo sus primeras prácticas de tiro con la escuadra española, dirigida por el almirante Cervera... y allí se perdió Cuba... y Filipinas, y Puerto Rico, y Guam, y casi Canarias. Por lo menos nosotros nos salvamos de los gringos. Ahí va un vídeo de la bahía vista desde el Morro; perdonen al cámara, que además de ser malo estaba de resaca.

La Gran Piedra es sólo una piedra (válgame la rebuznancia) a 1.200 metros de altura, que es mucha altura para un cubano, pero para un chicharrero es como subirse a una silla. De todos modos no puedo opinar mucho, pues fui de noche y lloviendo (qué grande eres, Álber) y no pude apreciar la vista. Lo que sí puedo certificar es que está muy lejos de Santiago, y cuesta que alguien te lleve por menos de 20 dólares. Además, el carro suele romperse, tal y como ven en la foto de arriba.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Crónicas cubanas (6): Camagüey


Todo en Camagüey lleva el nombre de Ignacio Agramonte: Aeropuerto Agramonte, Plaza Agramonte, museo Agramonte, cine Agramonte... Silvio Rodríguez le dedicó una canción, El mayor, a este personaje histórico cubano. Por cierto, si alguna vez la oyen, no entenderán un carajo a menos que conozcan la historia de las guerras de independencia cubanas. El mayor nació en la provincia de Camagüey, y fue un burgués que estudió en Barcelona y a su vuelta a Cuba tomó parte en el levantamiento contra España, protagonizando hazañas que la historiografía oficial ensalza.

A no ser que te apasione la historia cubana, Camagüey te cansará desde el primer día. En realidad, sólo merece la pena pasar por allí si vas a ir a las playas de Santa Lucía, que están muy bien si no tienes la cola de un ciclón sobre la cabeza, como fue mi caso. No nos atrevíamos a seguir hacia oriente por si Noel (el dichoso ciclón, que causó enormes daños en Haití) cambiaba de trayectoria, así que nos quedamos tres largos días en Camagüey.

Después de ver todos los monumentos relacionados con Agramonte, la iglesia y las dos plazas, comenzamos a aburrirnos estrepitosamente. Lo único que puede entretener a un turista en la ciudad es el bar, la casa de la Trova y los tres o cuatro cines que hay. Para ser justos, el cine me resultó entretenido y exótico. Pasaban una peli sobre una niña cubana muy aplicada, en la cuba prerrevolucionaria, que no podía seguir estudiando a pesar de ser brillantísima en la escuela, porque era muy pobre, y antes de Fidel todo era malo. Así que la niña estudió y estudió y acabó yendo a la embajada yankee a pedir una beca para continuar estudiando en Iuesei, pero como los yankees eran y son también muy malos, no se la dieron y se rieron de ella. En esa época vivía cerca de La Habana (en Cojímar) Ernst Hemingway, que iba a ayudar a la niña (Hemingway era bueno, porque una vez dijo que creía en la Revolución, y a Castro le gusta mucho), pero no pudo porque estaba de viaje en África.

Bueno, lo gracioso de la película, además de su maniqueísmo, era que no la iban a poner porque no había nadie que fuese a verla. Después de hablar con la taquillera, la puso para nosotros dos... qué gracia. Nos costó medio peso cubano a cada uno, creo recordar, que vienen a ser unas tres pesetas.

Al día siguiente decidimos ir a las ya mencionadas playas de Santa Lucía, pero como el coche era tan caro (unos 80 dólares ida y vuelta), fuimos en camión. La experiencia del camión vale la pena vivirla, si eres capaz de levantarte a las cuatro de la mañana y aguantar baches, calor y algunos impactos de la chapa contra tu espalda en las curvas pronunciadas... La cosa es que los camiones salen a las cinco o, como muy tarde, a las seis de la mañana, y luego no hay más en todo el día. Valen una miseria, y vas subido en el volquete, si tienes suerte en largos bancos de metal soldados al suelo, y te puedes encontrar a todo tipo de personajes.

El día de Santa Lucía fue un infierno, pues después del madrugón y de cien kilómetros de saltos que te rompían las lumbares, las playas estaban inundadas. Pero no inundadas de turistas o de mujeres exuberantes, no, inundadas de agua, con los accesos anegados y toda la infraestructura (chiringuitos, bares, restaurantes, hoteles) cerrados. Además, estaba nublado y diluviaba a ratos... Ante tal panorama, después de pasear por la playa y empaparnos un par de veces en la infructuosa búsqueda de un local donde tomar algo, decidimos volver en el mismo camión donde habíamos venido, con cara de tontos y el conductor mirándonos con una media sonrisita. Por suerte nos esperaba la Pensión Agramonte, al lado de la Plaza Agramonte, y una cama mullidita después de la ducha de rigor.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Crónicas cubanas (5): Trinidad


Trinidad siempre me saluda con una gastroenteritis, o un empacho, como dicen los cubanos. Esta vez fui más afortunado, pues a pesar de empezar a consumirme por el ano nada más llegar, la cosa se quedó en una diarrea molesta que me dejó un día zumbado. Y digo que fui afortunado porque en el viaje anterior, como ya he contado en algún otro post, dejé la ciudad con tres compañeras más de viaje en mis intestinos: Giardia, Ameba y Compilobacter, compañías que en absoluto recomiendo.

La pereza y la inercia me llevaron a la misma casa en la que me había alojado en 2005. Todo estaba igual excepto por el marido de la dueña; los dos años transcurridos le dejaron un divorcio y nueva boda con un madero unas cuantas décadas más joven que ella. Un policía en tu casa resulta un poco agobiante, sobre todo cuando estás en un país donde cualquier cosa puede ser ilegal, sin tú sospecharlo. Pero, para ser justos, la casa no estaba mal, sobre todo teniendo en cuenta que pagábamos unos 8 euros por una habitación doble, a cambio de tomar el desayuno y cena en la misma casa y así dejarles unos duros más.

La ciudad fue fundada en el siglo XVI, y es Patrimonio de la Humanidad. Para verla, un día es suficiente, pues la zona interesante apenas son 6 ó 7 cuadras. Es una ciudad colonial, y la zona protegida se conserva más o menos como en su fundación, con casas de un piso o dos y calles empedradas con adoquines traídos de la metrópoli, es decir Ejpaña.

La mejor parte de nuestra estancia fue cuando decidimos alquilar unas bicis y recorrer la zona por nuestra cuenta, olvidándonos de taxistas, bicitaxistas y demás fauna. Tratando de llegar a Playa Ancón, encontramos un recoveco llamado La Boca, a salvo de turistas y chiringuitos. La zona tenía una pequeña cala con la “selva” llegando hasta la misma arena y un río que desembocaba allí mismo y la separaba de otra fracción de tierra que parecía sacada de una novela de náufragos. Ahí va una muestra, por lo de una imagen vale más que mil palabras.


Muy cerca de allí, la costa perdía su arena para llenarse de rocas de curiosas formas, con forma de miniacantilados. Agua turquesa, de esa de catálogo de agencia de viajes, y un baño “naturalista” con las debidas precauciones, pues esa conducta depravada está castigada por la ley (por suerte no tuve que recurrir al marido de la casera para que me rescatase de la cárcel). El sitio nos cautivó tanto que abandonamos la idea de llegar a El Ancón, y lo que sí nos quedaron fueron ganas de pasar allí unos días más. Algo que hicimos, pero desgraciadamente no volvimos a ese rincón paradisíaco
.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Crónicas cubanas (4): Soroa y Candelaria


En cualquier lugar del mundo, el entorno rural siempre ofrece un sabor distinto a la ciudad, pero en los países del Sur (en el sentido amplio de la palabra, no se me pongan tiquismiquis) el sabor cambia tanto que parece que hemos pasado del primero al postre.

Al occidente de La Habana sólo se encuentra la provincia de Pinar del Río. La mayoría de los visitantes se decantan por Viñales, que aún conserva su encanto a pesar de haber sido tomado por el turismo, pero si tenemos unos días más merece la pena acercarse a Soroa.

Para romper con el tono de guía de viajes que me está saliendo, cambiaré a primera persona y diré que la llegada a Soroa fue complicada. Complicada porque, en mi manía de evitar coches de alquiler, autobuses de línea, listillos que hacen de taxistas, etc., y tratar de moverme de una manera "cubana", tomamos una guagua hasta Candelaria. En teoría, Candelaria queda cerca de Soroa y está bien comunicada, claro que no contábamos con un viaje de 5 horas para recorrer 60 Km. Las lluvias fueron, en parte, responsables del retraso, pero también el estado de las carreteras y el hecho de que la guagua pare en cada pueblo e incluso en cada cruce donde haya alguien con ganas de bajarse o subirse.

Información útil para viajeros: No se queden tirados en Candelaria más allá de las ocho de la noche, especialmente si está lloviendo. Intentamos llegar a Soroa, pero nadie podía o quería llevarnos a esa hora. Los pocos coches que se dedicaban a llevar a gente de un lado a otro estaban ocupados o sus dueños durmiendo o zanganeando. La alternativa era pasar la noche en Candelaria y buscar transporte al día siguiente, pero hasta eso nos resultó complicado. A pesar de la buena voluntad de la gente (una señora nos llevó por todo el pueblo preguntando de casa en casa), no había pensiones en dólares, y al que aloje a un turista en una pensión en moneda nacional se arriesga a una multa de unos 200 euros y a que le cierren el negocio.

Dos horas, alguna negociación tensa y un amago de crisis de ansiedad después, conseguimos una pensión cubana que nos alojó (a precio de turistas o más caro aún, por supuesto). No daré el nombre ni la localización de la pensión por no arruinar al amable propietario, pero era céntrica y bien ubicada, con lo que al día siguiente pudimos conseguir transporte a Soroa con facilidad. Vean, vean, la cascada en la que me bañé.




En realidad, ahora que recuerdo mejor, esas no son las cascadas de Soroa. En Soroa no nos bañamos porque había mucho barro, pero eran parecidas y se pueden hacer una idea. Las del vídeo son de Trinidad... ya sé que no es Iguaçú, pero igualmente tiene su encanto. Lo mejor fue que no había mosquitos, algo muy raro en Cuba y más en ese entorno selvático.

Tras las cascadas, el orquidario, un baño de azufre (ya lo contaré) y una comida típica (el archirrepetido arroz congrí, platanito frito y puerco), nos volvimos a La Habana. En camión, para ser cubanos, y para ahorrar. La foto de arriba es de una negra cargada de ron que nos amenizó las tres horas de baches, calor húmedo y controles policiales.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Crónicas cubanas (3): Habana, de noche


Una ciudad de más de dos millones de habitantes es demasiado para un chico de provincias, sobre todo si está situada en América Latina. He vivido en Barcelona, que tiene unos pocos habitantes menos, pero no puede compararse en ningún aspecto con la capital de Cuba.

Los que tenemos fobia a las grandes urbes podemos diseñarnos una ciudad a medida, una microciudad, y olvidar el resto. Mi particular Habana está situada entre la bahía y 17, la avenida perpendicular al mar que termina en el lado oeste del Hotel Nacional. Conozco, por tanto, los municipios de Habana Vieja, Centro Habana, Vedado y algo de Plaza de la Revolución. Muy poco, pero creo que es lo más interesante de la ciudad.

De 17, para ser justos, sólo visité el Gato Tuerto, un conocido local donde acuden artistas y famosetes cubanos para mezclar trova con salsa, merengue o lo que se tercie. La gente solía emocionarse cuando aparecía por el garito la presentadora del informativo, el que hacía de Benny Moré en la película El Benny o cualquier cantante de salsa con cierto nombre en la isla. Yo, lógicamente, me limitaba a aplaudir fingiendo conocerlos, mientras echaba un ojo a los demás turistas para ver si ellos hacían lo mismo.

En el Gato Tuerto se mezcla la burguesía cubana con los turistas, aunque también podemos encontrar a algún que otro currante que decide gastarse el salario de medio mes en la entrada y una cerveza. Entre los primeros, los habituales son artistas, gente cercana al Partido o los recientemente legalizados cuentapropistas, que alquilan habitaciones en sus casas o poseen paladares (pequeños restaurantes).

Los yumas (guiris) suelen ser los que más consumen, y los hay de todo tipo: desde el mochilero que no sabe qué hacer un lunes (el local abre todos los días) hasta el clásico putero barrigón, entre los que destacan los italianos y, sobre todo, los españoles. El Gato Tuerto no es un local de jineteras, pero las dos veces que fui me encontré con alguna pareja esperpéntica.

En mi última noche en La Habana pude observar con cierto asco a un señor de 60 años (año arriba o abajo) con una chiquilla de 18, mulata, más alta que yo, dándose piquitos en la barra. El Pepe (los españoles son gallegos o Pepes en Cuba), tras beber de la boca de aquella ninfa y de los mojitos que le servían, se subió al escenario para ofrecernos un espectáculo lamentable, en compañía de la señorita. El número consistía en convulsionarse con las manos en alto, a modo de sevillanas, mientras aquella belleza adolescente se marcaba una samba con minifalda y piernas eléctricas. Una actuación entre lo sublime y lo nauseabundo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Crónicas cubanas (2): Habana


Para el que no haya visitado Cuba, diré que lo mejor de la isla es su gente. Y La Habana es el lugar perfecto para encontrar cantidad de gente; muchas personas y aun más personajes.


Mi primer contacto con seres de mi especie en la capital fue con los funcionarios del aeropuerto y la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), a los que también llaman Panda de Negritos Revoltosos. La mayoría son orientales (oriente de Cuba, no chinos) y bobalicones, así que si te paran, al contrario que aquí, lo mejor es inventarse cosas e intentar engañarlos.

La policía puede aportarte tranquilidad si viajas solo o con colegas extranjeros, pero también puede convertirse en un elemento perturbador si tus amigos son cubanos... y no te cuento si tus amigas son cubanas. Parece que es medioilegal (hay muchas cosas allí que no se sabe si son legales o no, y suelen estar en función del policía con el que te encuentres) que un cubano pasee con un extranjero, pues enseguida será acusado de ser jinetero (que no es lo mismo que prostituto) o jinetera, que es una prostituta para extranjeros, que cobra en CUC.

Además del policía, La Habana cuenta con muchos otros personajes, como el vendedor de puros falsos, la jinetera, el taxista, el bicitaxista, el arreglamecheros, el amable o el yuma. Otro día escribiré sobre ellos, pero hoy no puedo resistirme a hablar de la figura del arreglador de fosforeras o mecheros. Conocí a uno de ellos en la calle, un sesentón sentado en una silla plegable y con una mesa de fabricación casera delante. Me acerqué para preguntarle si podía pegar una pestaña de la batería del móvil que me habían prestado porque el mío se había roto... Es decir, que rompí dos teléfonos allí, el mío y el que me ofreció el dueño de la casa donde me hospedaba. El caso es que el mecánico de mecheros comenzó a hablarme de que me lo podía reparar con una cosa llamada resina epóxica, pero que tenía que llevarlo a casa porque necesitaba un catalizador para acelerar la reacción de nosequé.

Pensarán que intentaba quedarse con el celular, pero acto seguido me ofreció su carnet de identidad como garantía. Wilmer Cortés, ingeniero químico, se presentó. Lo invité a comer, y vaya si lo agradeció. Pero la comida en Cuba merece un post aparte, que espero escribir uno de estos días.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Crónicas cubanas (1): Madrid


Vaya horas para aterrizar en la capital. Las once y media y yo sin un sitio donde pasar la noche. Coño, que modernidad de aeropuerto. Me siento como Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí. Medio despistado salgo del avión y me llevan a través de brillantes pasillos hasta lo que parece una parada de metro dentro de la misma T4. Ya había pasado por la famosa terminal, pero de manera fugaz y sólo por la zona de salidas, sin tiempo para percatarme de que estaba en un edificio de cuatro niveles digno de una ciudad japonesa.

Por ahí viene el metro... aún no he cogido las maletas. ¿Será por aquí? ¿me sacará el trenecito del aeropuerto? Encima no veo al conductor; el primer vagón se acerca sin que nadie lo conduzca. Por un momento pienso en otra película, esta vez en 2001, una odisea en el espacio. ¿Se volverá loca la computadora que maneja los tranvías, como Hall 9000, provocando un accidente entre los vagones que vienen y los que van? No puede ser, el conductor ha de estar atrás. Camino hasta el último vagón, alentado por la esperanza de descubrir al chófer allí, viendo la vía a través de algún monitor. Pero no hay nadie. Resignado, subo y me aferro a una barra vertical por lo que pueda pasar.

Inexplicablemente llegamos ilesos hasta la última parada. La sala de equipajes es normalita, salvo por las dimensiones, que exceden lo que estoy acostumbrado. Tras una hora de espera (la tecnología no ha podido con la idiosincrasia española, y si no vean la foto de arriba, tomada en la misma T4) llega mi maleta. Me espera una larga noche en Barajas, porque el Madrid Habana sale a las 9 de la mañana. Quizá Tomy se apiade de mí, pese a la hora. Lo llamo y tras un breve lloriqueo me viene a buscar en un Mercedes y paso la noche en su casa muy cerca de la Gran Vía. Tendré que madrugar, pero al menos me acostaré algunas horas en un sofá calentito.

lunes, 15 de octubre de 2007

Y volvieron del Japón...


Ante mi crisis creativa (que se ha acabado hoy, por cierto, qué ganas de escribir y qué poco tiempo... Cuba allá voy) y por la promesa hecha a los dos viajeros, cuelgo aquí la primera parte del viaje a Japón que hicieron Alex, Shaila y un tercero que no conozco. Alejandrito, para el próximo post enróllate y manda una foto, que esta la he cortapegado del Google. Un abrazo a todos.

Japón Septiembre-Octubre 2007

¡Por fin me había decidido! El viaje a Japón, fuera como fuera, sería este año. Tras contactar con Portaljapon.com inicié las gestiones para el viaje (billetes de avión, pasaportes, etc.). Respecto a portaljapon.com diré que funciona, pero para alguien como yo da muchos dolores de cabeza (todo sale al final bien pero sufres con el errático flujo de información). Así que, aunque no lo desaconsejo, me permito decir que con el billete en la mano (yo lo compré en edreams.com) y la Lonely Planet en la otra (y a la espalda lo justo de ropa porque no es difícil encontrar lavanderías o lavadoras y secadoras en los hoteles pequeños y en los puestillos callejeros la ropa esta a precios razonables).

Respecto al viaje en si mismo, preparaos para 12 horas de vuelo (la ida se hace más tolerable que la vuelta) más las horas que toquen de aeropuertos y tránsitos previos. Eso sí, los aviones de JAL son bastante cómodos, bien equipados y bien atendidos (pantalla personal con películas, música, videojuegos, etc.; teléfono satélite individual, reposapiés, reposcabezas regulable en altura y con aletas para "fijar" la cabeza, gran compartimento para equipaje de mano, enchufe multiformato, etc.).

Respecto al país en si mismo, lo resumiré en una larga (que contrasentido) ristra de adjetivos: limpio, señalizado, educado, lógico, puntual, accesible, amable, moderno, tradicional, muy friki, equipado, económico (o al menos no es caro), práctico, occidental...

El viaje en sí:

Bueno, vía aeropuerto de Narita y mediante el Skyliner (de las líneas Kensei), llegamos a Tokyo, no sin antes haber activado el Japan Railways Pass y equivocarnos y coger el tren ultrarrápido (que era más caro) en vez del Express (habíamos pagado por el Express: 20 minutos de diferencia en cuanto a duración, si no recuerdo mal). Al entrar nos metimos en el vagón de fumadores, con lo que rápidamente nos pasamos a otros asientos (ah, ¡gran error!; asientos reservados) que tuvimos que pagar cuando una amable señora (que había estado en España de vacaciones y chapurreaba inglés) nos explicó lo que pasaba y llamo al revisor para que nos cobrara. ¡Ah!, otro adjetivo: honrados.

Una vez en la estación de Ueno y con cara de "dónde coño estará el hotel", usamos el recurso de "la chica es siempre menos amenazante" y conseguimos que una amable japonesa nos llevara hasta el mismo hotel (vivía muy cerca) no sin antes encontrarnos con su madre.

El Hotel Edoya, lo considero recomendable (limpio, bien equipado, algo desorganizado, razonable en el precio, etc) y era nuestra base de operaciones. Dimos una vuelta rápida de reconocimiento tras un buen baño y al sobre porque al día siguiente nos íbamos a Nikko. La verdad es que no cuesta nada acostumbrarse a los futones (las almohadas de cascarilla de ... ¿arroz? si que son algo más... duras y altas, lo que hace algo más sufrida esa parte).

Nikko: Salimos temprano, desayunamos por la calle (yo probé los triangulos de arroz, algas y pescado) y a la hora exacta, el centro de visitantes de las líneas Tobu abrió, canjeamos nuestra reserva (y fue entonces cuando se hizo efectivo el cobro de la reserva) y salimos a la estación (un amable japonés nos saco una foto de equipo).

Pues nada, rumbo a Nikko mediante un tren nada moderno y que pasaba por zonas agrícolas y semiindustriales (hay que ver la cantidad de cementerios que hay por todos lados). Llegamos y fue muy fácil encontrar la guagua (incluida en el bono que reservamos de tren+guagua), que nos llevaría hasta el teleférico que nos permitiría tener buena perspectiva de la cascada Kegon y otras maravillas naturales. La guagua estaba muy bien preparada para el turista (mensajes de texto en chino, japonés, koreano e inglés) y una cosa graciosa: ¡tenían asientos abatibles en el pasillo.

Bueno, sigo más tarde

domingo, 14 de octubre de 2007

Trinidad, de nuevo


Ante la imposibilidad de administrar mi blog desde el Caribe, me resigno a escribir un par de letras. Dice Bush que si echan a Fidel les pondrá ADSL a todos, pero no ha especificado si será banda ancha o seguirán con el módem...

Estoy en Trinidad, en una arruga del tiempo que me ha colocado el mismo parásito en el estómago, y me quedo en la misma casa que aquella vez en la que casi no lo cuento. Los antibióticos me permiten llevar la diarrea relativamente bien, dentro de lo que cabe.

Estoy empezando a moverme ahora, en realidad, ya que desde el 17 he estado en Ciudad Habana con una pequeña excursión de dos días a Soroa, un sitio de cascadas, orquidarios y demás cosillas.

Espero recuperarme mañana para montar a caballo el domingo. Pienso mucho en los pobres españoles que alistaban a finales del XIX por la fuerza, mayoritariamente pobres, para venir aquí a luchar contra los mambises, sin antibióticos ni hoteles. Pobrecillos, una ameba sin ciprofloxacino debe de ser espantosa.

Bueno, les dejo, contándoles muy poco por falta de ganas y espacio. Intenaré llegar a Santiago, con cuidado de no seguir los pasos de mi amigo Fabio (que el otro día vi en Habana y al que perdí la pista porque se me rompió el celular). Mi colega italiano se ha casado con ¡dos! cubanas (es en serio, pero no a la vez, sino en el período de tres meses) y anda medio perdido por esta descomunal isla. Un abrazo, y salud para todos, especialmente para mí...

miércoles, 3 de octubre de 2007

Incomunicando


―Eso ya te lo he dicho antes ―me espetó.

“Se creerá que escucho todas las gilipolleces que suelta por la boca”, me dije.

―Pues no, salir de un hotel a las cuatro de la tarde empapado en sudor no es tan extraño, sobre todo en pleno agosto ―agregué con ironía―. Además, lo que haga yo o deje de hacer por La Laguna es mi problema... ni que estuviéramos casados.

―Yo no lo veo tan normal, sobre todo cuando me dices que no me verás por la tarde porque tienes que ir a ver a tu vieja al norte. Y, qué casualidad, medio minuto después que tú sale esa de la que siempre dices que “sólo hay una vieja amistad” ―me respondió.

Me sentí agotado, física y mentalmente. Una tarde perdida entre buscar aparcamiento, sacar dinero, hacer cola en el hotel y pelearme por la mejor habitación para darle una sorpresa en su puto cumpleaños... Y encima tenía que aguantar esta mierda. A ver quién le explicaba que Sonia trabajaba en la recepción los viernes por la tarde y me haría mejor precio para el fin de semana. “Que se joda, por desconfiada”, pensé.

―Fui al hotel porque me apetecía verlo por dentro, y ella no sé qué hacía allí. No voy preguntándole a la gente por qué va a cada sitio. Además, es la segunda vez que te pregunto que qué coño hacías allí tú ¿Me persigues todos los días o sólo ocasionalmente?

―Ya te lo he dicho. Que te follen ―gritó―. Que te follen bien follado.

―Sí, espero que alguien me joda bien alguna vez.

―No creo, con esa polla de palichoc nunca vas a disfrutar de un buen polvo.

―Fuera de mi vida, maldita zorra.

―Cerdo ―chilló llorando―.

Y desapareció para siempre.

―¿Y tú qué coño hacías en el hotel a esa hora?; ¿no tenías que ir al dentista? ―repuso enfadado.

―Eso ya te lo he dicho antes ―le espeté.

“Este cerdo me la juega y luego me somete a un interrogatorio”, pensé. No iba a decirle cómo me había enterado de lo de su zorrita particular en el Aguere. Jugaría con ventaja, sabiéndolo todo y poniéndolo contra las cuerdas.

―Pues no, salir de un hotel a las cuatro de la tarde empapado en sudor no es tan extraño, sobre todo en pleno agosto ―agregué con ironía―. Además, lo que haga yo o deje de hacer por La Laguna es mi problema... ni que estuviéramos casados ―agregó.

―Yo no lo veo tan normal, sobre todo cuando me dices que no me verás por la tarde porque tienes que ir a ver a tu vieja al norte. Y, quá casualidad, medio minuto después que tú sale esa de la que siempre dices que “sólo hay una vieja amistad” ―añadí con sorna.

No sólo se la follaba, sino que además le pagaba. Ventajas que tiene curiosear en el móvil de tu novio... El día antes le había visto un sms de Sonia que decía: “Vente al Hotel Aguere esta tarde. Te haré un precio excepcional. Intentaré conseguir la suite”. Y ahora estaba a la defensiva ante lo evidente.

―Fui al hotel porque me apetecía verlo por dentro, y ella no sé qué hacía allí. No voy preguntándole a la gente por qué va a cada sitio. Además, es la segunda vez que te pregunto que qué coño hacías allí tú ¿Me persigues todos los días o sólo ocasionalmente?

―Ya te lo he dicho. Que te follen ―grité―. Que te follen bien follado.

―Sí, espero que alguien me joda bien alguna vez

―No creo, con esa polla de palichoc nunca vas a disfrutar de un buen polvo ―respondí.

―Fuera de mi vida, maldita zorra.

―Cerdo ―grité gimiendo―.

Y desaparecí para siempre.

sábado, 29 de septiembre de 2007

De camisetas y Guevaras

Seguro que han visto en algún telediario a un etarra rapado al cero, corpulento y de gestos agresivos, que suele insultar a los jueces cada vez que entra en una sala. Se trata de Iñaki Bilbao, un elemento que, en compañía de su hermano, disparó en la nuca a un concejal socialista de casi 70 años que estaba tomando algo sin escolta en un bar de su pueblo. Sudecía dos años después de ser excarcelado por una amnistía otorgada durante el gobierno de Aznar.

En un alarde de esquizofrenia y de falta de contacto con la realidad, este engendro ha adquirido la costumbre de llamar fascistas, torturadores y criminales a los magistrados que tienen la desgraciada obligación de juzgarlo. La última, el pasado 17 de febrero.

Curiosa manera de ganarse al juez; con tanta picardía seguro que consigue una condena más corta. Su letrado debería enseñarle algo acerca de las habilidades sociales. Qué sufrido el trabajo de abogado; tantos desvelos preparando la estrategia judicial para que se la arruinen de esta manera.

En septiembre de 2006, el etarra protagonizó un incidente calcado, aunque con un comportamiento más agresivo, golpeando la cristalera que le separaba del tribunal como un gorila en celo. http://www.elmundo.es/elmundo/2006/09/07/videos/1157631257.html.

Con la misma camiseta que en el juicio de este año, el terrorista amenazó al juez con “pegarle siete tiros” y “arrancarle la piel a tiras” al presidente del tribunal que lo juzgaba por amenazas a un juez. ¿No tendrá más camisetas?; ¿será la que les dan en la prisión a todos los presos? Porque, coño, la verdad, me molesta que este individuo tenga una camiseta igual que la mía, pero negra en vez de blanca. En su mente delirante, probablemente establezca algún paralelismo entre él y el Che; entre ETA y la revolución de los barbudos; entre Euskadi y Sierra Maestra. Como si matar a socialistas septuagenarios tuviese algo que ver con la lucha de clases.

El presidente del tribunal que lo juzgó en 2006, el de los “siete tiros”, se llamaba Alfonso Guevara. Seguro que el juez se percató de la coincidencia entre su apellido y el del retratado en la ropa del que lo estaba amenazando de muerte. Paradojas de la vida, aunque supongo que el letrado no llevaba la sangre del Che en las venas, porque el argentino hubiese sido más contundente, por decirlo de alguna manera. Además, ya se sabe las pocas simpatías que suelen despertar en los líderes comunistas los movimientos independentistas en sus territorios; y si no que le pregunten a los georgianos acerca de Stalin o Beria. No creo que Bilbao haya oído hablar de ninguno de ellos.

martes, 25 de septiembre de 2007

Viva el San Fernando...


Recuerdo con especial intensidad mi primer año de universidad. Llegué a La Laguna en el curso escolar 1997/1998 (qué miedo, hace casi 11 años) y mi primer hogar fue el Colegio Mayor San Fernando. Ese año significó el fin de una época en el Sanfer, pues fue el último antes de su cierre por obras, que se prolongaría durante muchos más tiempo de lo esperado. Según he oído, el colegio mayor con más tradición y solera (¿qué significa solera?) en aquel entonces ya no ha vuelto a ser lo que era tras su reapertura, víctima de la burocracia y la inundación de funcionarios.

El curso transcurrió entre novatadas para los capullos (así nos llamaban a los novatos), las tres o cuatro fiestas que dimos (cobrábamos entrada y, coño, se llenaba de gente de fuera), los pancazos y submarinos, las caderas de Paula, las resacas de sopa y paella, el campeonato de pin-pon, los Consejos, los destrozos de Ferrete, las rosas de Cosme a Reyes, los piñazos de Howard y, para mi, los madrugones para entrar a clase de Fisioterapia, las coladas en casa de mi tía, la habitación doble para mí solo, los mejores carnavales de mi vida, la independencia de la prisión materna (lo siento mami, te quiero mucho) y la abstinencia sexual forzosa.

Las novatadas no fueron nada del otro mundo, la verdad... nos llevaron a las catacumbas, que en realidad era una buhardilla enorme, sin iluminación, totalmente oscura, de paredes sin encalar y con cientos de muebles apilados (hoy convertidas en maravillosas salas de estudio). Las catacumbas alimentaban todo tipo de leyendas: comunistas que fotocopiaban sus panfletos antifranquistas en la discreción de aquel espacio, fantasmas de antiguos colegiales que se suicidaron o murieron abatidos por los grises o ratas gigantescas que de cuando en vez bajaban a las habitaciones de los capullos.

Los pancazos y los submarinos eran lo más desagradable del colegio. Me llevé uno de cada en un año, que creo que no estaba tan mal para ser un capullo. Los primeros consistían en un aporreamiento de alta intensidad de la puerta de tu habitación, a mano abierta o con puño cerrado, a altas horas de la madrugada, normalmente protagonizados por los alumnos más veteranos, que llegaban de juerga y se iban corriendo después de su vil acto. Recuerdo una fuerte taquicardia y el resto de la noche en vela.

Los submarinos eran lo más repulsivo que he visto nunca, contando los diez años posteriores, aunque si hubiese podido elegir hubiese preferido cinco submarinos a un pancazo. La receta de esta delicatessen, con algunas variables, es simple: preparamos un cubo grande, al que le añadimos toda clase de hediondadas, incluyendo heces, esputos, orina, huevos podridos, cemento y demás ingredientes. Se deja reposar toda la noche, en el suelo, semi inclinado y apoyado contra la puerta de la habitación del comensal, que lo recibirá con agrado por la mañana, en el propicio momento en que sale disparado a la facultad.

Sobre lo demás me extenderé en siguientes post; las caderas de Paula, tan rítmicas como cubiertas de ropa, alimentaban la imaginación post púber de la mitad del colegio mayor, constituyendo un material de primera para el onanista; la comida del comedor (“y la cocina te maltrata... con tortilla”, decíamos, destrozando una canción de los Celtas), los certeros golpes que recibieron de manos de Howard seis o siete gamberrillos... tengo material para varios meses.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Sedúceme


¿Tendrá algo de científico la seducción? No me suele resultar complicado comprender la parte empírica de la realidad, esa zona de lo perceptible que se puede tomar, fragmentar y recomponer, y que está hecha de partes más sencillas que conforman un todo. Soy un personaje muy empírico, como me han dicho alguna vez. Lo malo es que gran parte de lo que nos rodea no es así; no es sometible a la formulación de hipótesis, a la experimentación, verificación y todas esas cosas que un profesor seguramente te enseñó alguna vez.

Un soltero empedernido siempre se pregunta si la seducción es una ciencia o un arte. Hay algunos intentos de abordar de una manera científica este conjunto de juegos y estrategias, con resultados, pienso, muy pobres. Nunca he asistido a los cursos sobre técnicas de seducción, ahora tan de moda (he visto muchos este año, anunciados en cabinas telefónicas de mi ciudad). Tampoco he leído libros sobre el asunto, aunque ojeando la red he encontrado que un tal Óscar Garrido escribió uno que se llama La ciencia de la seducción. El prólogo es muy de Teletienda a las 5 de la mañana: “El libro cubre todas las posibles situaciones con las que puedes tener que enfrentarte al seducir a una mujer, y te muestra exactamente qué HACER y qué DECIR para salir vencedor de cada una de ellas”. Y una mierda, es lo que pienso yo. Si lo has leído, postéame tu opinión ahí debajo.

A pesar de mi habitual escepticismo (en todas las facetas), a veces me pregunto: ¿hay alguna conversación tipo para abrir el canal de comunicación con la otra persona?; ¿a alguien le ha funcionado alguna vez el sencillo: “hola, ¿cómo te llamas?”. En mi caso, que soy muy empírico como ya dije antes, si estoy en un bar y una chica me entra por los ojos, da igual que me hable sobre la masonería cubana en tiempos de Martí o sobre el precio de los pintalabios en el Carrefour (aunque me sentiría más tranquilo y seguro con la segunda).

En veintiocho años no he logrado aproximarme a un método de seducción. Las experiencias que recuerdo son todas muy dispares, en escenarios diferentes y con estrategias a veces opuestas. La más fresca en mi memoria fue un tanto absurda: una chica se aproxima y hace un par de comentarios sobre una chaqueta que iba a colgar a nuestro lado, comentarios que entiendo mal (eso lo sabría días más tarde) e interpreto como un intento de acercamiento. Extrañado porque una chica tomara la iniciativa conmigo (o con el de al lado), y temeroso ante la posibilidad de que mi colega tuviese más reflejos, me levanté y me acerqué a ella. Animado por las cervezas de más, comencé con el gastado recurso del “¿cómo te llamas?” y la también manida invitación a una copa (cerveza, otra más). Quince minutos y un par de bares después, el pescado estaba vendido y yo sin acabar de creérmelo.

Ciencia o arte, una cosa esta clara: los guapos ligan más, los altos ligan más, los guiris ligan más y “valen más unos buenos grelos que unas buenas ideas” (la frase no es mía; la tomo prestada del que me acompañaba aquella noche de las chaquetas y las cervezas).

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Una pregunta, una paliza


En el país de las libertades es muy fácil que te den unas buenas hostias por opinar. No es un tópico o una frase de panfleto, ya que esta vez podemos contemplarlo con nuestros ojos, aunque estemos a miles de kilómetros. En una conferencia impartida por Kerry, la “alternativa” de las pasadas elecciones al totalitarismo de George W., un estudiante osó hacer una pregunta incómoda y larga al demócrata, encontrando por respuesta una agresión policial muy desmedida y con porrazos eléctricos incluidos. Para los que tengan estómago (advierto de que el vídeo es sumamente desagradable), ahí va la cosa.


Visto el vídeo sobran comentarios; se podría argumentar sobre la nula calidad democrática del país o sobre la falacia de la libertad de expresión, pero creo que todo el que vea las imágenes se quedará dando vueltas al asunto hasta obtener sus propias conclusiones.

Lo que me pregunto (y creo que es fácil de responder) es qué habría pasado con esta situación en un contexto diferente. Imaginemos un discurso del presidente iraní, el tal Mahmud Ahmadineyad, en el que un asistente le preguntara sobre las sospechas internacionales acerca de sus reactores nucleares o le dijese que lapidar a las adúlteras vulnera los derechos humanos... Sigamos imaginando que, acto seguido, la guardia presidencial reduce al osado crítico y lo apalea ante las cámaras, llevándolo detenido a continuación. ¿Qué dirían las agencias de noticias?; ¿algún telediario del planeta no abriría con esas imágenes?; ¿y si fuera un 26 de julio en un discurso de Fidel (o de Raúl, que ya Fidel está para pocos trotes)?; ¿por qué ningún medio se atreve a hablar de la dictadura usamericana?

Las imágenes parecen sacadas de los años más oscuros del franquismo; los policías parecen perros lobotomizados sin ningún pudor o capacidad de moderación ante el nulo peligro que supone un estudiante, a lo sumo, un poco pesado.

Otra forma de porrazos eléctricos, éstos mucho más intensos y mantenidos en el tiempo, son los que ese mismo Gobierno viene aplicando a la población palestina, también con el silencio cómplice de la mayoría de los medios de desinformación. Estos representantes de la Justicia Universal consideran que la franja de Gaza es un territorio hostil y que está bien que Israel les mande unas cuantas bombas o les corte indefinidamente el suministro de todo lo indispensable para vivir. Eso a pesar de que la legitimidad democrática de Hamás, obtenida en las urnas, es difícilmente cuestionable.

Liberemos al pueblo usamericano de la tiranía que los amordaza. Llevemos una democracia verdadera a Estados Unidos. Derroquemos a un presidente armado hasta los dientes, con toneladas de armas de destrucción masiva y con capacidad de utilizarlas en pocos minutos; que dirige al único país del mundo que ha empleado armamento nuclear contra otro. Pongámonos manos a la obra; bombardeemos e invadamos el país, para colocar a un presidente amigo de Europa, que no se atragante con una galleta y que sea capaz de acabar con las desigualdades en un país tan poblado. Hagámoslo por el pueblo yankee.

viernes, 14 de septiembre de 2007

De ciclones y divertículos


El próximo mes tomaré un par de vuelos que me llevarán a La Habana pasando por Madrid. La Habana, sí, capital de Cuba, ex colonia española, cuna del ron, los puros habanos, el azúcar, tierra de inmigrantes hasta hace no tanto, último reducto comunista...

He estado escudriñando la red (www) durante toda la semana pasada en busca de blogs y otros sitios web que hablaran de Cuba en general y del turismo por la isla en particular. Resulta curioso leer las opiniones de los viajeros europeos acerca de Cuba, de su gente, de su gastronomía, de la política... Suelen ser improvisados etnógrafos, un tanto cegados por el etnocentrismo que nos caracteriza a los “primermundistas”, con distintas versiones sobre su experiencia en la mayor de las Antillas.

Si hacen ustedes mismos la búsqueda, comprobarán que la mayoría de las opiniones se pueden englobar en dos categorías: los críticos furibundos y los defensores acérrimos. Lo gracioso es que todo suele ser blanco o negro; a los que les gusta la isla, les gusta su comida, su gente, su música, Fidel Castro, las playas, el ron, la policía, los jineteros... mientras que el otro grupo de opinadores lo ve todo justo al revés.

El viaje lo haré en solitario. Será el segundo viaje en solitario de mi vida. El primero fue a Irlanda, y no guardo un mal recuerdo de él; al contrario... conocí a más gente que en ningún viaje anterior, aunque recuerdo algunos momentos de soledad. Claro que no es lo mismo un país anglosajón (que me perdonen los irlandeses por meterlos en este saco) que un país latino.

Hay dos cosas que me turban un poco, en realidad tres, pero una es poco literaria como para escribirla aquí. Se trata de los huracanes (siclones, en Cuba) y los divertículos. Abriendo aquí un inciso que viene a cuento, relataré mi primer (y espero que último) siclón en Trinidad; ciudad turística de la zona cenntral de la isla, y Patrimonio de la Humanidad. En medio de un día soleado, con el bochorno típico del verano cubano (humedad del 100%, 30 grados y todos los lugareños tirados literalmente en el suelo de la casa), oímos a una anciana decir que venía siclón. A mi me hizo gracia, no tanto a mis compañeros de viaje, que tenían que volver a Tenerife dos días después. Recuerdo haberle dicho a uno de ellos: “Bah, no te preocupes, debe de ser una palabra de aquí, que significará lluvia, lo contrario de anticiclón”. Lo que nos pasó por encima no fue sólo agua, sino un huracán fuerza 4-5 en la escala de Saffir-Simpson (en cristiano, un viento de cojones que se llevó muchas casas por delante). Era el huracán Dennis, que dejó diez muertos.

Como decía antes, me dan un poco de ansiedad los huracanes y los divertículos. El huracán Fidel, como decían algunos por allí, y los divertículos atmosféricos. Ah, no, perdón, los divertículos de Fidel y los huracanes como el Dennis. Hay muchas combinaciones posibles entre estas dos variables; la que yo deseo es que los divertículos de Castro no me den un susto mientras esté allí y que el ciclón, de haberlo, pase por el sur y arrase las plantaciones de marihuana de los jamaicanos. Pobrecillos; mejor sería que fuese más al norte y que abortase una posible invasión de los cubanos de Miami, coincidiendo con el estallido de los divertículos de Castro. La peor de las combinaciones sería que el ciclón pasara por La Habana y provocara, además de los destrozos, el estallido de los divertículos y la llegada masiva de los de maiami, aprovechando el río revuelto.

En fin, ya les iré contando.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Ocupen sus localidades


Ya sé que Sabina actuó hace 4 días y que es un poco tarde para hacer una crónica, pero ni yo cobro por escribir esto ni ustedes pagan por leerlo, así que menos exigencias.

El flaco de Jerez actuó con el Nano, Joan Manuel Serrat, como ya sabrán. Lo curioso era ver a gente de todas las edades (excepto la generación hardcorita, por suerte) disfrutando de la música de estos puretillas.

Parece ser que en Las Palmas los dos cantantes hicieron algún comentario cariñoso sobre Momo, el alcalde y ex presidente del Gobierno de Canarias. Algo imposible de repetir en Santa Cruz, donde lo más positivo que podrían haber dicho es que el alcalde aún no ha sido enviado a prisión por ninguno de los pufos en los que está involucrado. Por suerte para Zerolo, sus comentarios políticos se limitaron a darle un poquito de caña al PP.

Sabina está en plena forma; aún puede dar algunos saltitos sobre el escenario con sus pantalones de pitillo. No puedo decir lo mismo de Serrat, al que no entendía en algunos momentos por su escaso flujo de voz. Está cascado, y además rompía el ritmo del concierto con letras tan animadas como la de Esos locos bajitos: “Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós”. Qué sopor.

A lo que sí accedieron los cantantes fue a hacer el indio (o el pirata) enfundándose la camisa de nuestro ¿representativo? Al menos reconocieron que hacía dos días se habían puesto la camisa de la Unión Deportiva para contentar a los canariones... “Excepto una [la del Real Madrid], nos pondríamos cualquier camiseta, pues sabemos lo que conviene a nuestras carreras”.

Una señora del tipo de la vieja fumadora de Aquí no hay quien viva, de pie a mi lado durante la mitad concierto, se giró y le dijo a su marido que yo estaba rozándole el culo. Ante lo esperpéntico de la situación decidí moverme hacia atrás y buscar a unos amigos con los que había intentado quedar al principio del concierto. Me sucede con cierta frecuencia que las ancianas creen que las estoy acosando, sobre todo en mi trabajo. Otras veces se me insinúan, pero creo que estas cosas son normales a partir de una edad.

Después de casi tres horas de concierto subí en moto a La Laguna, ciudad donde resulta fácil, y más un sábado por la noche, saltarse todos los preceptos sabinianos (no me refiero al fundador del nacionalismo vasco, por favor) para vivir cien años. De hecho, creo que no me quedó ninguno por transgredir, pero eso será una historia para el siguiente post.

miércoles, 29 de agosto de 2007

¿Seré un sofista?


Lo malo de tener un blog de estos es que te das cuenta de lo efímeras que son las opiniones (mejor, tus opiniones), en particular cuando escribes sobre cosas tan volátiles como las motivaciones para viajar o los efectos de la ingestión masiva de cerveza sobre la percepción de los personajes que habitan un céntrico bar de La Laguna.

Si lees las chorradas que escribiste hace seis días y te parece que las ha escrito algún imbécil, puede que seas un imbécil o un sofista. Hoy, al menos, me quedo con que soy un sofista, que suena más atractivo.

Según la Güiquipedia, el sofista domina “las palabras para ser capaz de persuadir a otros”. Puede “convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles. [...] Se trata, pues, de adquirir el dominio de razonamientos engañosos. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad sino de los intereses del que habla”.

Mis amigos suelen decirme que soy cabezón y testarudo. Mis amigas, sobre todo algunas, me dicen eso y otras cosas que no vienen al caso. En realidad, por llevarles la contraria y así darles más la razón, a mí me parece que no soy cabezón sino, como he dicho antes, sofista.

Qué bonito es poner a prueba las convicciones de los demás y la fortaleza de sus argumentos, que en la mayoría de las ocasiones es muy escasa... Siempre me pongo del otro lado para así poder oír argumentos de todo tipo, y así poder llevar la contraria con más éxito en otras circunstancias y frente a auditorios más preparados.

Los más difíciles de rebatir, a la par que eficaces en tabernas, cafeterías de facultad y antros similares, son los argumentos viscerales. Cuántos aplausos se lleva el mago que afirma: “Tú lo que eres es un facha franquista”; o “si nos lleváramos por la izquierda, De Juana Chaos sería el próximo presidente del Gobierno”. Cuanto más ignorante es el auditorio, más se exalta con esos argumentos, de manera que de poco servirá que a continuación el rival dialéctico intente dar razonar lógicamente y dirigirse a la razón, pues el hemisferio emocional del cerebro (el derecho) se habrá hecho con el control de las cabezas del público.

Conviene dominar este tipo de argumentos, en especial cuando no se es muy brillante, el auditorio es muy burro o vas perdiendo la discusión. En mi caso se suelen juntar las tres cosas, en especial la primera, pero tengo la ventaja de conocer muchos argumentos viscerales que me han proporcionado todos aquellos a los que les he llevado la contraria en algún momento.

A lo mejor resulta que no soy sofista ni imbécil, sino, como me dijo Tomy una vez, un “posmoderno”. He leído por ahí que hasta la posmodernidad está pasada de moda, y lo que se lleva ahora es el giro lingüístico (acojonante, ¿verdad?). Espero no haberme quedado desfasado en la posmodernidad, tan peligrosa según Benedicto XVI y sus antecesores: “el relativismo moral y la posmodernidad, os llevará al infierno, a la ausencia de valores, a la fornicación”. Y si me he quedado ahí anclado, ojalá que los tres castigos vayan juntos y no me toquen el infierno y la ausencia de valores.

NOTA DERECHOS DE AUTOR: La foto me la ha "prestado" Abraham; no me he podido resistir a robarla de su blog.

domingo, 26 de agosto de 2007

Viajando


He escrito ya algo sobre los viajes en anteriores post, pero seguro que mis lectores (si es que existen) sabrán disculparme. Estamos en agosto, mes del turismo por excelencia, y además muchos de mis amigos están de viaje. Yo mismo tengo una escapada en la cabeza que me impide pensar en otra cosa.

¿Por qué viajar? Supongo que los viajeros compartimos ciertas motivaciones para mandarnos a mudar: huir de la monotonía, olvidarnos de la suegra y del trabajo, presumir ante el vecino, encontrar el paraíso terrenal, etc. El viaje tiene mucho que ver con la fantasía, y partimos con la idea de llevar a cabo alguno de los sueños de los que la realidad nos ha hecho desistir.

La playa con cocoteros, al borde de una selva, en una isla desierta, en la que hacemos el amor constantemente, simplemente no existe. La foto que vimos en la agencia de viajes está hecha con un teleobjetivo que nos oculta las hileras de tumbonas con sombrilla por el módico precio de diez euros al día, los hoteles que se levantan justo donde se acaba la arena, las familias con el tupper y los niños, los italianos resacados y los vendedores de fanta, cola, beer. Si, por el contrario, nos hubiéramos alejado del paquete turístico y hubiésemos encontrado esa playa más o menos paradisíaca y remota, nos daríamos cuenta pronto (como los concursantes de ese reality llamado Supervivientes o algo similar) de que no hay supermercado donde comprar agua potable, de que los mosquitos tropicales son insoportables sin un buen repelente o de que dormir a la intemperie y en el suelo deja de ser bucólico a la segunda noche.

Aún así a muchos nos continúa picando el estómago cada vez que pensamos en coger un avión y recorrer muchos kilómetros. Lennon llegó a decir, en un momento de degradación importante, algo así como que “lo único que hace que quiera seguir viviendo es el sexo” (no he encontrado la cita, la digo de memoria). Creo que John debería haber agregado los viajes, tan conectados con la utopía que da nombre a este blog como el sexo.

Seguiré teniendo en la cabeza mi viaje utópico, ése irrealizable donde todo sale bien y que te cambia la forma de pensar. Y con esa manía de no vivir en el presente, recordaré con nostalgia mis escapadas por el mundo (con grandes compañeros de viaje y tantos amigos que se han cruzado con nuestros pasos... “cualquiera tiempo pasado fue mejor”) y proyectaré grandes periplos futuros, similares a los del gran viajero y amigo Eoin (se pronuncia Owen, para quienes lo conozcan), con un año en América Latina y otro en Asia, de donde se trajo un saco lleno de experiencias.

Buen viaje a todos.

jueves, 23 de agosto de 2007

... y encima nos cierran el Blues Bar


Se me ocurren pocas cosas peores que trabajar en agosto. Entre ellas, irse de vacaciones en agosto, soportando retrasos y cancelaciones, calores, hordas de turistas, ciclones y huracanes, terremotos, piscinas recalentadas con pis de niño o playas llenas de toallas colocadas como en el Tetris.

Me gustaría dedicar esta entrada a los currantes del verano, muy especialmente a los laguneros, con los que siento más empatía por razones obvias. Y es que alguien tendrá que poner en forma a los barrigones que quieren descamisarse en la playa (Hugo, otro agosto más pringando); limpiar los portales de los que se van de vacaciones (Alex, no limpies mucho, están fuera y no lo notarán); defender a los empresarios que en verano, más que nunca, tienen pleitos por despido (Tere, suerte que al menos libras los últimos días de este mes); recoger las semillitas de las plantas de flores estivales (Moi, no vale la pena, ya todo ha ardido) o contar para la agencia Efe cómo se lían a mamporros los diputados bolivianos (Abraham, dales MAS caña).

Para los que vivimos en La Laguna (sólo hay uno, por cierto, entre los arriba mencionados), agosto se hace más cuesta arriba si cabe por el cierre unilateral del Blues Bar (cierre temporal, eso sí, no se asusten... sólo por este mes). Unilateral e impresentable, ya que Nardo ha procedido sin consultas previas, sin buscar consenso de ningún tipo y sin siquiera tener en cuenta a sus clientes. Qué será de mi amigo Manchego, con un aroma que crea vacíos imposibles a su alrededor en un local siempre abarrotado; de la deseada Silke, piercing en boca y tatoo que comienza en la baja espalda y aún no sé dónde termina; del traboso solitario que se intentaba ligar a Maddalena; de Lola y sus amigas (la tímida, la hiperactiva y la que se lió con mi colega); del marroquí de apariencia francesa, con su vaso de vino y sus historias de pibes con medidas judiciales; del camarero guapo, del camarero gordito, del camarero rizoso, del camarero nuevo (Nardo, ponnos más camareras, o trae a las del Época); de la morena con gafas que siempre me quiere morder los pezones en público (más suave, por favor, un día me los arrancas); de la profesora de francés que suele hacer algún comentario sobre la procedencia (o improcedencia) de mi camisa (a ver si me dices tu nombre un día); de los exnovios de mis exnovias; de los amigos (amigas en realidad, no nos engañemos) de mi compañero de piso; de la rubia de La Palma; del ingeniero del astrofísico, con comentarios tan improcedentes cuando se emborracha; del hardcorito agresivo que me amenazó de muerte por no darle la cartera (mil gracias a todos los que me escoltaron hasta un lugar seguro, especialmente a Dani).

El exilio, sólo nos queda el exilio al O´Clock, al Chola o a La Jarrita. Los menos escrupulosos, a La Herradura, La Orchila e incluso El Granero. Ánimo, quedan ocho días escasos de agosto, y espero que Nardo abra el primero de septiembre.

NOTA: Todos estos personajes son de ficción. Si alguien se reconoce en alguno de ellos, que sepa que es víctima de su egocentrismo.

martes, 21 de agosto de 2007

¿Por qué utopía?



Tomás Moro fue el primero en hablar de Utopía, una comunidad insular perfecta en la que todos sus ciudadanos eran iguales y en la que no existía el conflicto. El término procede del griego, y significa “lugar que no existe”. La utopía es un proyecto irrealizable en el momento de su formulación, lo que no impide que pueda llegar a serlo en el futuro.

La sociedad en la que vivimos (que me perdone si me lee algún masai, nómada australiano o similar, que no va por ellos) se sostiene gracias a la utopía, al sueño irrealizable, a la aspiración imposible.

Esta teoría no es mía, debo reconocerlo, sino de Def Con Dos, que ya en alguna de sus obras (Ultramemia, 1996: 1) nos avanzaba una idea que revolucionaría el pensamiento contemporáneo. La frase que la resume se puede oír en la primera de las canciones de su disco: “Matrimonio soso, trabajo precario, y en tu mente la quimera de que te hagan encargado”. Una sola frase que reúne más sabiduría que todas las enseñanzas de Confucio, unas palabras que han ayudado a tanta gente como Paulo Coelho y Juan Pablo II juntos.

¿Qué, sino la utopía, nos hace levantarnos a las 6 de la mañana para coger el metro, el coche, o lo que sea, y meternos en un atasco que nos llevará directos a una jornada de diez horas por 600 euros y un mes de vacaciones? ¿Qué nos hace seguir saliendo por los mismos bares todos los sábados intuyendo que lo único que vamos a pillar es una buena borrachera, o una mala en el peor de los casos? Actuamos como si fuéramos inmortales, como si pudiéramos permitirnos perder treinta años de nuestra vida en gilipolleces que no nos llevan a ningún lado.

De todas maneras, ¿adónde íbamos a ir? La cosa está montada para que no queden muchas alternativas; o eso o te conviertes en una especie de Diógenes contemporáneo, alimentándote de los rayos del sol. Por eso, a pesar de todo, a pesar de que la utopía sea sólo utopía, agarrémonos a ella como hizo Leonardo di Caprio con su tabla cuando se hundió el Titanic... pero no la soltemos después, para dejársela a alguna desgraciada, como hizo el mismo personaje en la misma película. Aferrémonos a ella y soñemos con algo mejor; intentemos conseguirlo de vez en cuando, aunque caigamos una y mil veces... Creo que la mejor manera es viajar; movámonos, viajemos al corazón de Uganda, a Zaire (si alguien está interesado, mi amiga Coco organiza turismo de aventura y yo me llevo una pequeña comisión), a Cuba (no se alojen en el hotel Deauville), a Vietnam (Ferna, cuidado con los mosquitos) o al menos a Chimiche.

Este blog pretende ser un lugar de intercambio de experiencias, de grandes utopías irrealizables o de pequeñas utopías realizadas; e incluso al revés, grandes utopías realizadas o pequeñas utopías irrealizadas, e incluso lo contrario o lo complementario; si se animan hasta lo suplementario y lo implementario.

Escriban sus post, sus comentarios (ya sé que nadie lo va a hacer, pero yo también tengo mis utopías, joder, que me levanto a las 6:50) e incluso escriban cosas largas (éstas a mi correo, que no las pueden subir directamente, pero prometo hacerlo yo).

Un beso, un abrazo y salud para todos.