jueves, 13 de diciembre de 2007

Crónicas cubanas (4): Soroa y Candelaria


En cualquier lugar del mundo, el entorno rural siempre ofrece un sabor distinto a la ciudad, pero en los países del Sur (en el sentido amplio de la palabra, no se me pongan tiquismiquis) el sabor cambia tanto que parece que hemos pasado del primero al postre.

Al occidente de La Habana sólo se encuentra la provincia de Pinar del Río. La mayoría de los visitantes se decantan por Viñales, que aún conserva su encanto a pesar de haber sido tomado por el turismo, pero si tenemos unos días más merece la pena acercarse a Soroa.

Para romper con el tono de guía de viajes que me está saliendo, cambiaré a primera persona y diré que la llegada a Soroa fue complicada. Complicada porque, en mi manía de evitar coches de alquiler, autobuses de línea, listillos que hacen de taxistas, etc., y tratar de moverme de una manera "cubana", tomamos una guagua hasta Candelaria. En teoría, Candelaria queda cerca de Soroa y está bien comunicada, claro que no contábamos con un viaje de 5 horas para recorrer 60 Km. Las lluvias fueron, en parte, responsables del retraso, pero también el estado de las carreteras y el hecho de que la guagua pare en cada pueblo e incluso en cada cruce donde haya alguien con ganas de bajarse o subirse.

Información útil para viajeros: No se queden tirados en Candelaria más allá de las ocho de la noche, especialmente si está lloviendo. Intentamos llegar a Soroa, pero nadie podía o quería llevarnos a esa hora. Los pocos coches que se dedicaban a llevar a gente de un lado a otro estaban ocupados o sus dueños durmiendo o zanganeando. La alternativa era pasar la noche en Candelaria y buscar transporte al día siguiente, pero hasta eso nos resultó complicado. A pesar de la buena voluntad de la gente (una señora nos llevó por todo el pueblo preguntando de casa en casa), no había pensiones en dólares, y al que aloje a un turista en una pensión en moneda nacional se arriesga a una multa de unos 200 euros y a que le cierren el negocio.

Dos horas, alguna negociación tensa y un amago de crisis de ansiedad después, conseguimos una pensión cubana que nos alojó (a precio de turistas o más caro aún, por supuesto). No daré el nombre ni la localización de la pensión por no arruinar al amable propietario, pero era céntrica y bien ubicada, con lo que al día siguiente pudimos conseguir transporte a Soroa con facilidad. Vean, vean, la cascada en la que me bañé.




En realidad, ahora que recuerdo mejor, esas no son las cascadas de Soroa. En Soroa no nos bañamos porque había mucho barro, pero eran parecidas y se pueden hacer una idea. Las del vídeo son de Trinidad... ya sé que no es Iguaçú, pero igualmente tiene su encanto. Lo mejor fue que no había mosquitos, algo muy raro en Cuba y más en ese entorno selvático.

Tras las cascadas, el orquidario, un baño de azufre (ya lo contaré) y una comida típica (el archirrepetido arroz congrí, platanito frito y puerco), nos volvimos a La Habana. En camión, para ser cubanos, y para ahorrar. La foto de arriba es de una negra cargada de ron que nos amenizó las tres horas de baches, calor húmedo y controles policiales.

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