Una ciudad de más de dos millones de habitantes es demasiado para un chico de provincias, sobre todo si está situada en América Latina. He vivido en Barcelona, que tiene unos pocos habitantes menos, pero no puede compararse en ningún aspecto con la capital de Cuba.
Los que tenemos fobia a las grandes urbes podemos diseñarnos una ciudad a medida, una microciudad, y olvidar el resto. Mi particular Habana está situada entre la bahía y 17, la avenida perpendicular al mar que termina en el lado oeste del Hotel Nacional. Conozco, por tanto, los municipios de Habana Vieja, Centro Habana, Vedado y algo de Plaza de la Revolución. Muy poco, pero creo que es lo más interesante de la ciudad.
De 17, para ser justos, sólo visité el Gato Tuerto, un conocido local donde acuden artistas y famosetes cubanos para mezclar trova con salsa, merengue o lo que se tercie. La gente solía emocionarse cuando aparecía por el garito la presentadora del informativo, el que hacía de Benny Moré en la película El Benny o cualquier cantante de salsa con cierto nombre en la isla. Yo, lógicamente, me limitaba a aplaudir fingiendo conocerlos, mientras echaba un ojo a los demás turistas para ver si ellos hacían lo mismo.
En el Gato Tuerto se mezcla la burguesía cubana con los turistas, aunque también podemos encontrar a algún que otro currante que decide gastarse el salario de medio mes en la entrada y una cerveza. Entre los primeros, los habituales son artistas, gente cercana al Partido o los recientemente legalizados cuentapropistas, que alquilan habitaciones en sus casas o poseen paladares (pequeños restaurantes).
Los yumas (guiris) suelen ser los que más consumen, y los hay de todo tipo: desde el mochilero que no sabe qué hacer un lunes (el local abre todos los días) hasta el clásico putero barrigón, entre los que destacan los italianos y, sobre todo, los españoles. El Gato Tuerto no es un local de jineteras, pero las dos veces que fui me encontré con alguna pareja esperpéntica.
En mi última noche en La Habana pude observar con cierto asco a un señor de 60 años (año arriba o abajo) con una chiquilla de 18, mulata, más alta que yo, dándose piquitos en la barra. El Pepe (los españoles son gallegos o Pepes en Cuba), tras beber de la boca de aquella ninfa y de los mojitos que le servían, se subió al escenario para ofrecernos un espectáculo lamentable, en compañía de la señorita. El número consistía en convulsionarse con las manos en alto, a modo de sevillanas, mientras aquella belleza adolescente se marcaba una samba con minifalda y piernas eléctricas. Una actuación entre lo sublime y lo nauseabundo.
2 comentarios:
Yo estuve hace dos años en Cuba y no podía soportar lo del extranjero repulsivo con la niña de 17 años. Jamás ví un lugar con tantos contrastes y contradicciones, muy bien escrito.
Contrastes, sí, eso es cierto. Pero bueno, todos los países los tienen... en el mío se juntan la riqueza extrema con los hogares sin acceso a la luz eléctrica, la sanidad universal y gratuita con las listas de espera de dos años, las asociaciones pro derechos humanos con las bandas de skinheads. Vivir para ver, como dice el Hombre-Gato en El Jueves.
Publicar un comentario