miércoles, 29 de agosto de 2007

¿Seré un sofista?


Lo malo de tener un blog de estos es que te das cuenta de lo efímeras que son las opiniones (mejor, tus opiniones), en particular cuando escribes sobre cosas tan volátiles como las motivaciones para viajar o los efectos de la ingestión masiva de cerveza sobre la percepción de los personajes que habitan un céntrico bar de La Laguna.

Si lees las chorradas que escribiste hace seis días y te parece que las ha escrito algún imbécil, puede que seas un imbécil o un sofista. Hoy, al menos, me quedo con que soy un sofista, que suena más atractivo.

Según la Güiquipedia, el sofista domina “las palabras para ser capaz de persuadir a otros”. Puede “convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles. [...] Se trata, pues, de adquirir el dominio de razonamientos engañosos. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad sino de los intereses del que habla”.

Mis amigos suelen decirme que soy cabezón y testarudo. Mis amigas, sobre todo algunas, me dicen eso y otras cosas que no vienen al caso. En realidad, por llevarles la contraria y así darles más la razón, a mí me parece que no soy cabezón sino, como he dicho antes, sofista.

Qué bonito es poner a prueba las convicciones de los demás y la fortaleza de sus argumentos, que en la mayoría de las ocasiones es muy escasa... Siempre me pongo del otro lado para así poder oír argumentos de todo tipo, y así poder llevar la contraria con más éxito en otras circunstancias y frente a auditorios más preparados.

Los más difíciles de rebatir, a la par que eficaces en tabernas, cafeterías de facultad y antros similares, son los argumentos viscerales. Cuántos aplausos se lleva el mago que afirma: “Tú lo que eres es un facha franquista”; o “si nos lleváramos por la izquierda, De Juana Chaos sería el próximo presidente del Gobierno”. Cuanto más ignorante es el auditorio, más se exalta con esos argumentos, de manera que de poco servirá que a continuación el rival dialéctico intente dar razonar lógicamente y dirigirse a la razón, pues el hemisferio emocional del cerebro (el derecho) se habrá hecho con el control de las cabezas del público.

Conviene dominar este tipo de argumentos, en especial cuando no se es muy brillante, el auditorio es muy burro o vas perdiendo la discusión. En mi caso se suelen juntar las tres cosas, en especial la primera, pero tengo la ventaja de conocer muchos argumentos viscerales que me han proporcionado todos aquellos a los que les he llevado la contraria en algún momento.

A lo mejor resulta que no soy sofista ni imbécil, sino, como me dijo Tomy una vez, un “posmoderno”. He leído por ahí que hasta la posmodernidad está pasada de moda, y lo que se lleva ahora es el giro lingüístico (acojonante, ¿verdad?). Espero no haberme quedado desfasado en la posmodernidad, tan peligrosa según Benedicto XVI y sus antecesores: “el relativismo moral y la posmodernidad, os llevará al infierno, a la ausencia de valores, a la fornicación”. Y si me he quedado ahí anclado, ojalá que los tres castigos vayan juntos y no me toquen el infierno y la ausencia de valores.

NOTA DERECHOS DE AUTOR: La foto me la ha "prestado" Abraham; no me he podido resistir a robarla de su blog.

domingo, 26 de agosto de 2007

Viajando


He escrito ya algo sobre los viajes en anteriores post, pero seguro que mis lectores (si es que existen) sabrán disculparme. Estamos en agosto, mes del turismo por excelencia, y además muchos de mis amigos están de viaje. Yo mismo tengo una escapada en la cabeza que me impide pensar en otra cosa.

¿Por qué viajar? Supongo que los viajeros compartimos ciertas motivaciones para mandarnos a mudar: huir de la monotonía, olvidarnos de la suegra y del trabajo, presumir ante el vecino, encontrar el paraíso terrenal, etc. El viaje tiene mucho que ver con la fantasía, y partimos con la idea de llevar a cabo alguno de los sueños de los que la realidad nos ha hecho desistir.

La playa con cocoteros, al borde de una selva, en una isla desierta, en la que hacemos el amor constantemente, simplemente no existe. La foto que vimos en la agencia de viajes está hecha con un teleobjetivo que nos oculta las hileras de tumbonas con sombrilla por el módico precio de diez euros al día, los hoteles que se levantan justo donde se acaba la arena, las familias con el tupper y los niños, los italianos resacados y los vendedores de fanta, cola, beer. Si, por el contrario, nos hubiéramos alejado del paquete turístico y hubiésemos encontrado esa playa más o menos paradisíaca y remota, nos daríamos cuenta pronto (como los concursantes de ese reality llamado Supervivientes o algo similar) de que no hay supermercado donde comprar agua potable, de que los mosquitos tropicales son insoportables sin un buen repelente o de que dormir a la intemperie y en el suelo deja de ser bucólico a la segunda noche.

Aún así a muchos nos continúa picando el estómago cada vez que pensamos en coger un avión y recorrer muchos kilómetros. Lennon llegó a decir, en un momento de degradación importante, algo así como que “lo único que hace que quiera seguir viviendo es el sexo” (no he encontrado la cita, la digo de memoria). Creo que John debería haber agregado los viajes, tan conectados con la utopía que da nombre a este blog como el sexo.

Seguiré teniendo en la cabeza mi viaje utópico, ése irrealizable donde todo sale bien y que te cambia la forma de pensar. Y con esa manía de no vivir en el presente, recordaré con nostalgia mis escapadas por el mundo (con grandes compañeros de viaje y tantos amigos que se han cruzado con nuestros pasos... “cualquiera tiempo pasado fue mejor”) y proyectaré grandes periplos futuros, similares a los del gran viajero y amigo Eoin (se pronuncia Owen, para quienes lo conozcan), con un año en América Latina y otro en Asia, de donde se trajo un saco lleno de experiencias.

Buen viaje a todos.

jueves, 23 de agosto de 2007

... y encima nos cierran el Blues Bar


Se me ocurren pocas cosas peores que trabajar en agosto. Entre ellas, irse de vacaciones en agosto, soportando retrasos y cancelaciones, calores, hordas de turistas, ciclones y huracanes, terremotos, piscinas recalentadas con pis de niño o playas llenas de toallas colocadas como en el Tetris.

Me gustaría dedicar esta entrada a los currantes del verano, muy especialmente a los laguneros, con los que siento más empatía por razones obvias. Y es que alguien tendrá que poner en forma a los barrigones que quieren descamisarse en la playa (Hugo, otro agosto más pringando); limpiar los portales de los que se van de vacaciones (Alex, no limpies mucho, están fuera y no lo notarán); defender a los empresarios que en verano, más que nunca, tienen pleitos por despido (Tere, suerte que al menos libras los últimos días de este mes); recoger las semillitas de las plantas de flores estivales (Moi, no vale la pena, ya todo ha ardido) o contar para la agencia Efe cómo se lían a mamporros los diputados bolivianos (Abraham, dales MAS caña).

Para los que vivimos en La Laguna (sólo hay uno, por cierto, entre los arriba mencionados), agosto se hace más cuesta arriba si cabe por el cierre unilateral del Blues Bar (cierre temporal, eso sí, no se asusten... sólo por este mes). Unilateral e impresentable, ya que Nardo ha procedido sin consultas previas, sin buscar consenso de ningún tipo y sin siquiera tener en cuenta a sus clientes. Qué será de mi amigo Manchego, con un aroma que crea vacíos imposibles a su alrededor en un local siempre abarrotado; de la deseada Silke, piercing en boca y tatoo que comienza en la baja espalda y aún no sé dónde termina; del traboso solitario que se intentaba ligar a Maddalena; de Lola y sus amigas (la tímida, la hiperactiva y la que se lió con mi colega); del marroquí de apariencia francesa, con su vaso de vino y sus historias de pibes con medidas judiciales; del camarero guapo, del camarero gordito, del camarero rizoso, del camarero nuevo (Nardo, ponnos más camareras, o trae a las del Época); de la morena con gafas que siempre me quiere morder los pezones en público (más suave, por favor, un día me los arrancas); de la profesora de francés que suele hacer algún comentario sobre la procedencia (o improcedencia) de mi camisa (a ver si me dices tu nombre un día); de los exnovios de mis exnovias; de los amigos (amigas en realidad, no nos engañemos) de mi compañero de piso; de la rubia de La Palma; del ingeniero del astrofísico, con comentarios tan improcedentes cuando se emborracha; del hardcorito agresivo que me amenazó de muerte por no darle la cartera (mil gracias a todos los que me escoltaron hasta un lugar seguro, especialmente a Dani).

El exilio, sólo nos queda el exilio al O´Clock, al Chola o a La Jarrita. Los menos escrupulosos, a La Herradura, La Orchila e incluso El Granero. Ánimo, quedan ocho días escasos de agosto, y espero que Nardo abra el primero de septiembre.

NOTA: Todos estos personajes son de ficción. Si alguien se reconoce en alguno de ellos, que sepa que es víctima de su egocentrismo.

martes, 21 de agosto de 2007

¿Por qué utopía?



Tomás Moro fue el primero en hablar de Utopía, una comunidad insular perfecta en la que todos sus ciudadanos eran iguales y en la que no existía el conflicto. El término procede del griego, y significa “lugar que no existe”. La utopía es un proyecto irrealizable en el momento de su formulación, lo que no impide que pueda llegar a serlo en el futuro.

La sociedad en la que vivimos (que me perdone si me lee algún masai, nómada australiano o similar, que no va por ellos) se sostiene gracias a la utopía, al sueño irrealizable, a la aspiración imposible.

Esta teoría no es mía, debo reconocerlo, sino de Def Con Dos, que ya en alguna de sus obras (Ultramemia, 1996: 1) nos avanzaba una idea que revolucionaría el pensamiento contemporáneo. La frase que la resume se puede oír en la primera de las canciones de su disco: “Matrimonio soso, trabajo precario, y en tu mente la quimera de que te hagan encargado”. Una sola frase que reúne más sabiduría que todas las enseñanzas de Confucio, unas palabras que han ayudado a tanta gente como Paulo Coelho y Juan Pablo II juntos.

¿Qué, sino la utopía, nos hace levantarnos a las 6 de la mañana para coger el metro, el coche, o lo que sea, y meternos en un atasco que nos llevará directos a una jornada de diez horas por 600 euros y un mes de vacaciones? ¿Qué nos hace seguir saliendo por los mismos bares todos los sábados intuyendo que lo único que vamos a pillar es una buena borrachera, o una mala en el peor de los casos? Actuamos como si fuéramos inmortales, como si pudiéramos permitirnos perder treinta años de nuestra vida en gilipolleces que no nos llevan a ningún lado.

De todas maneras, ¿adónde íbamos a ir? La cosa está montada para que no queden muchas alternativas; o eso o te conviertes en una especie de Diógenes contemporáneo, alimentándote de los rayos del sol. Por eso, a pesar de todo, a pesar de que la utopía sea sólo utopía, agarrémonos a ella como hizo Leonardo di Caprio con su tabla cuando se hundió el Titanic... pero no la soltemos después, para dejársela a alguna desgraciada, como hizo el mismo personaje en la misma película. Aferrémonos a ella y soñemos con algo mejor; intentemos conseguirlo de vez en cuando, aunque caigamos una y mil veces... Creo que la mejor manera es viajar; movámonos, viajemos al corazón de Uganda, a Zaire (si alguien está interesado, mi amiga Coco organiza turismo de aventura y yo me llevo una pequeña comisión), a Cuba (no se alojen en el hotel Deauville), a Vietnam (Ferna, cuidado con los mosquitos) o al menos a Chimiche.

Este blog pretende ser un lugar de intercambio de experiencias, de grandes utopías irrealizables o de pequeñas utopías realizadas; e incluso al revés, grandes utopías realizadas o pequeñas utopías irrealizadas, e incluso lo contrario o lo complementario; si se animan hasta lo suplementario y lo implementario.

Escriban sus post, sus comentarios (ya sé que nadie lo va a hacer, pero yo también tengo mis utopías, joder, que me levanto a las 6:50) e incluso escriban cosas largas (éstas a mi correo, que no las pueden subir directamente, pero prometo hacerlo yo).

Un beso, un abrazo y salud para todos.