miércoles, 28 de noviembre de 2007

Crónicas cubanas (3): Habana, de noche


Una ciudad de más de dos millones de habitantes es demasiado para un chico de provincias, sobre todo si está situada en América Latina. He vivido en Barcelona, que tiene unos pocos habitantes menos, pero no puede compararse en ningún aspecto con la capital de Cuba.

Los que tenemos fobia a las grandes urbes podemos diseñarnos una ciudad a medida, una microciudad, y olvidar el resto. Mi particular Habana está situada entre la bahía y 17, la avenida perpendicular al mar que termina en el lado oeste del Hotel Nacional. Conozco, por tanto, los municipios de Habana Vieja, Centro Habana, Vedado y algo de Plaza de la Revolución. Muy poco, pero creo que es lo más interesante de la ciudad.

De 17, para ser justos, sólo visité el Gato Tuerto, un conocido local donde acuden artistas y famosetes cubanos para mezclar trova con salsa, merengue o lo que se tercie. La gente solía emocionarse cuando aparecía por el garito la presentadora del informativo, el que hacía de Benny Moré en la película El Benny o cualquier cantante de salsa con cierto nombre en la isla. Yo, lógicamente, me limitaba a aplaudir fingiendo conocerlos, mientras echaba un ojo a los demás turistas para ver si ellos hacían lo mismo.

En el Gato Tuerto se mezcla la burguesía cubana con los turistas, aunque también podemos encontrar a algún que otro currante que decide gastarse el salario de medio mes en la entrada y una cerveza. Entre los primeros, los habituales son artistas, gente cercana al Partido o los recientemente legalizados cuentapropistas, que alquilan habitaciones en sus casas o poseen paladares (pequeños restaurantes).

Los yumas (guiris) suelen ser los que más consumen, y los hay de todo tipo: desde el mochilero que no sabe qué hacer un lunes (el local abre todos los días) hasta el clásico putero barrigón, entre los que destacan los italianos y, sobre todo, los españoles. El Gato Tuerto no es un local de jineteras, pero las dos veces que fui me encontré con alguna pareja esperpéntica.

En mi última noche en La Habana pude observar con cierto asco a un señor de 60 años (año arriba o abajo) con una chiquilla de 18, mulata, más alta que yo, dándose piquitos en la barra. El Pepe (los españoles son gallegos o Pepes en Cuba), tras beber de la boca de aquella ninfa y de los mojitos que le servían, se subió al escenario para ofrecernos un espectáculo lamentable, en compañía de la señorita. El número consistía en convulsionarse con las manos en alto, a modo de sevillanas, mientras aquella belleza adolescente se marcaba una samba con minifalda y piernas eléctricas. Una actuación entre lo sublime y lo nauseabundo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Crónicas cubanas (2): Habana


Para el que no haya visitado Cuba, diré que lo mejor de la isla es su gente. Y La Habana es el lugar perfecto para encontrar cantidad de gente; muchas personas y aun más personajes.


Mi primer contacto con seres de mi especie en la capital fue con los funcionarios del aeropuerto y la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), a los que también llaman Panda de Negritos Revoltosos. La mayoría son orientales (oriente de Cuba, no chinos) y bobalicones, así que si te paran, al contrario que aquí, lo mejor es inventarse cosas e intentar engañarlos.

La policía puede aportarte tranquilidad si viajas solo o con colegas extranjeros, pero también puede convertirse en un elemento perturbador si tus amigos son cubanos... y no te cuento si tus amigas son cubanas. Parece que es medioilegal (hay muchas cosas allí que no se sabe si son legales o no, y suelen estar en función del policía con el que te encuentres) que un cubano pasee con un extranjero, pues enseguida será acusado de ser jinetero (que no es lo mismo que prostituto) o jinetera, que es una prostituta para extranjeros, que cobra en CUC.

Además del policía, La Habana cuenta con muchos otros personajes, como el vendedor de puros falsos, la jinetera, el taxista, el bicitaxista, el arreglamecheros, el amable o el yuma. Otro día escribiré sobre ellos, pero hoy no puedo resistirme a hablar de la figura del arreglador de fosforeras o mecheros. Conocí a uno de ellos en la calle, un sesentón sentado en una silla plegable y con una mesa de fabricación casera delante. Me acerqué para preguntarle si podía pegar una pestaña de la batería del móvil que me habían prestado porque el mío se había roto... Es decir, que rompí dos teléfonos allí, el mío y el que me ofreció el dueño de la casa donde me hospedaba. El caso es que el mecánico de mecheros comenzó a hablarme de que me lo podía reparar con una cosa llamada resina epóxica, pero que tenía que llevarlo a casa porque necesitaba un catalizador para acelerar la reacción de nosequé.

Pensarán que intentaba quedarse con el celular, pero acto seguido me ofreció su carnet de identidad como garantía. Wilmer Cortés, ingeniero químico, se presentó. Lo invité a comer, y vaya si lo agradeció. Pero la comida en Cuba merece un post aparte, que espero escribir uno de estos días.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Crónicas cubanas (1): Madrid


Vaya horas para aterrizar en la capital. Las once y media y yo sin un sitio donde pasar la noche. Coño, que modernidad de aeropuerto. Me siento como Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí. Medio despistado salgo del avión y me llevan a través de brillantes pasillos hasta lo que parece una parada de metro dentro de la misma T4. Ya había pasado por la famosa terminal, pero de manera fugaz y sólo por la zona de salidas, sin tiempo para percatarme de que estaba en un edificio de cuatro niveles digno de una ciudad japonesa.

Por ahí viene el metro... aún no he cogido las maletas. ¿Será por aquí? ¿me sacará el trenecito del aeropuerto? Encima no veo al conductor; el primer vagón se acerca sin que nadie lo conduzca. Por un momento pienso en otra película, esta vez en 2001, una odisea en el espacio. ¿Se volverá loca la computadora que maneja los tranvías, como Hall 9000, provocando un accidente entre los vagones que vienen y los que van? No puede ser, el conductor ha de estar atrás. Camino hasta el último vagón, alentado por la esperanza de descubrir al chófer allí, viendo la vía a través de algún monitor. Pero no hay nadie. Resignado, subo y me aferro a una barra vertical por lo que pueda pasar.

Inexplicablemente llegamos ilesos hasta la última parada. La sala de equipajes es normalita, salvo por las dimensiones, que exceden lo que estoy acostumbrado. Tras una hora de espera (la tecnología no ha podido con la idiosincrasia española, y si no vean la foto de arriba, tomada en la misma T4) llega mi maleta. Me espera una larga noche en Barajas, porque el Madrid Habana sale a las 9 de la mañana. Quizá Tomy se apiade de mí, pese a la hora. Lo llamo y tras un breve lloriqueo me viene a buscar en un Mercedes y paso la noche en su casa muy cerca de la Gran Vía. Tendré que madrugar, pero al menos me acostaré algunas horas en un sofá calentito.